viernes, 8 de junio de 2007

¡No Voy!


Es necesario revisar nuestra respuesta natural a la Palabra de Dios que nos incomoda y comprometernos a ser obedientes a Dios.


Pero Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová.
Jonás 1.3

Cuando leemos, desde la comodidad de nuestro sillón favorito, sobre la misión que el Señor le encomendó a Jonás, nos resulta fácil ponernos en el papel de juez y condenar rápidamente la falta de fe en Jonás. Debemos, sin embargo, entender la naturaleza de la tarea a la cual había sido llamado. Los asirios no eran vecinos pacíficos de los israelitas. Era una nación ferozmente guerrera que venía conquistando nación tras nación. Su extrema crueldad con los prisioneros era notoria en toda la región. De manera que, cuando Dios le demanda a Jonás ir a proclamar juicio contra esta nación, no le pareció al joven profeta, en lo más mínimo, una asignación atractiva.

A pesar de esto, es inevitable sentir un poco de tristeza cuando vemos esa pequeña palabrita con la cual comienza el versículo de hoy : «pero». Nos choca, porque habla de un hombre que deliberadamente hizo lo opuesto de lo que se le había mandado. Es una palabra que encierra una actitud de rebeldía; nos hace pensar en discusiones y argumentos. Nos choca porque hace eco con la multitud de «peros» que han sido una parte de nuestra propio peregrinaje espiritual.

¿Ha meditado en las muchas veces que aparece esa palabra en historias del pueblo de Dios? El Señor le había mandado a Saúl no perdonar a Agag, rey de los amalecitas? «PERO, Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y lo mejor de las ovejas» (1 Sam 15.9). Dios había mandado a los israelitas a que no se unieran en matrimonio con mujeres de otras naciones. «PERO el rey Salomón, además de la hija de Faraón, amó a muchas mujeres extranjeras, maobitas, amonitas, edomitas, sidonias y heteas» (1 Re 11.1). El Señor había instruido a Israel que no oprimiera a la viuda, al huérfano, al extranjero, ni al pobre. «PERO ellos rehusaron escuchar y volvieron la espalda rebelde y se taparon los oídos para no oír» (Zac 7.11). Jesús mandó al leproso que no diga nada a nadie. «PERO él, en cuanto salió comenzó a proclamarlos abiertamente y a divulgar el hecho» (Mr 1.45). En cada uno de estos ejemplos, y muchos otros que podríamos mencionar, se hizo exactamente lo que Dios había dicho que no se hiciera.

Necesitamos saber que cada vez que el Señor nos encomienda algo nos va a incomodar. Esto es una constante. También necesitamos saber que cada palabra que viene de los cielos, despierta en nosotros la tentación de interponer nuestros «peros», ¡esa multitud de razones por las cuales nos parece que esta palabra puntual que Dios trae a nuestras vidas no es para nosotros!

Para pensar:
¿Se atreve a hacer la siguiente oración? Señor, mis «peros» hablan de la semilla de rebeldía que hay en mi corazón. Es la manifestación de la carne, que se opone al espíritu. Quiero comprometerme a sujetar todo razonamiento altivo y toda desobediencia al Señorío de Cristo. Que mis «peros» sean transformados en «¡sí, Señor, así lo haré!» Amén.